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Los artículos publicados aquí son transcripciones de libros y revistas cuya calidad y seriedad son incuestionables.

sábado, 21 de noviembre de 2015

Cómo hacer loción para blanquear el cutis


Loción para blanquear el cutis 

    Se prepara una excelente loción para blanquear y embellecer el cutis con los productos expresados en la siguiente

fórmula

          Ácido láctico siruposo ....................... 120 gramos.
          Glicerina ............................................ 423      »  
         Agua destilada .................................... 2 litros.
          Tintura de benjuí ..............................   9 c. c.
          Carmín ...............................................    0,3 gramos.
          Amoníaco diluido ..............................    1,5 c. c.
          Solución de yonona ............................   0,2 c. c.
          Caolín ..................................................   0,5 gramos.

    Se comienza por mezclar el ácido láctico, la glicerina y el agua; a esta mezcla agréguese poco a poco la tintura de benjuí, y luego coloréese con el producto resultante de mezclar el carmín con 3 gramos de glicerina, el amoníaco diluido y agua hasta completar 9 centímetros cúbicos. Caliéntese esta última mezcla para que se desprenda el amoníaco, y entonces es cuando se agrega a la masa anterior. Agítese todo muy bien, déjese reposar y fíltrese. Por último agréguese la solución de yonona y el caolín, y fíltrese hasta obtener un producto bien claro.

    La tintura de benjuí se prepara mezclando 10 gramos de benjuí pulverizado con 65 c. c. de alcohol de 90 grados o de 96 grados y dejándolos en maceración durante ocho días en un frasco de cierre hermético. Después de ese tiempo se filtra por algodón o con papel de filtro.

miércoles, 4 de noviembre de 2015

King Gillette biografía

Palabras clave: King Gillette biografía de King Gillette vida de Gillette hoja de afeitar máquina de afeitar afeitadora inventor de la hoja de afeitar

Barbero de medio mundo

Por Don Wharton

La idea disparatada que primero produjo risa y después produjo millones.

     La historia muestra que el hombre viene afeitándose desde hace cincuenta siglos, cuando menos; pero solamente en los últimos ciento doce años le ha sido posible cambiar una cuchilla desafilada por una nueva tan fácilmente como cambia una pluma de escribir por otra. La navaja de seguridad o máquina de afeitar con hojas que pueden desecharse cuando se desafilan hizo su aparición en el mercado en diciembre de 1903. Pocos son los inventos que se han convertido tan rápidamente en objetos de uso diario.
King Camp Gillette. Estados Unidos, 1855 - 1932.
     King Gillette era un vendedor de tapones metálicos para botellas que tenía cuarenta años, vivía en Brookline, estado de Massachusetts (Estados Unidos) y estaba, según sus propias palabras, obsesionado por el deseo de inventar algo: preferentemente un artículo que el público «usara, tirara y volviera a comprar». Llegó hasta seguir sistemáticamente el alfabeto para estudiar una por una las necesidades materiales del hombre y dar con la idea inspiradora. Cuando se afeitaba una buena mañana, Gillette vio que la navaja no afeitaba bien y era necesario llevarla al afilador. Parada ante el espejo, navaja en mano, «lo vio todo»: hojas baratas de lámina de acero, afiladas por ambos lados, sujetas entre dos placas unidas a un mango. «¡Ya he dado con ello!», dijo a su esposa. «¡Nuestra fortuna está hecha!». Pero pasaron once años antes de que pudiera ganar un dólar con su invento.

     El mismo día que se le ocurrió la idea corrió a una ferretería de Boston donde compró unas cuantas yardas de la cinta de acero que se usa para hacer muelles de reloj, un trozo de latón, un pequeño tornillo de carpintero y varias limas. Pero cuando tuvo hecho el modelo, sus amigos lo tomaron a broma. Los cuchilleros y mecánicos de tres ciudades le aconsejaron que desistiese de idea tan extremista. Por espacio de muchos años el ideal de la industria había sido hacer hojas que durasen el mayor tiempo posible; aquel proyecto de fabricar hojas tan delgadas como una oblea y tan baratas que su corta duración no importara, estaba en abierta pugna con la costumbre. Ningún entendido en acero lo creía posible y el mismo Gillette solía decir años después: «Si yo hubiera tenido conocimientos técnicos habría abandonado el negocio».

     Pero en vez de hacerlo así siguió buscando capitalistas. Al cabo de seis años encontró veinte hombres dispuestos a jugarse 250 dólares por cabeza. Uno de ellos era un fabricante de botellas que dio 250 dólares por quinientas acciones y no se acordó más de ellas hasta que Gillette se las compró pocos años después por 62.500 dólares. 

     Los 5.000 dólares aportados por los veinte capitalistas de Gillette se invirtieron en comprar maquinaria y pagar los servicios de un genio de la mecánica que se llamaba William Nickerson. En un cuarto sitiado encima de una pescadería de los muelles de Boston perfeccionó métodos para endurecer y afilar láminas de acero. En 1903 la máquina de afeitar era ya una realidad, pero la compañía estaba endeudada y los obreros se quejaban de no haber recibido sueldo en dos semanas. Gillette intentó vender otro lote de acciones, pero no halló quien le ofreciese ni siquiera 25 céntimos. Cierto día a la hora del almuerzo Gillette habló a John Joyce, inmigrante irlandés con bigote de morsa que empezó su carrera comercial como vendedor ambulante de tónicos e hizo una fortuna en el comercio mayorista de licores. Joyce convino en invertir 60.000 dólares a cambio de ejercer dominio virtual sobre el negocio. Al precio de cinco dólares cada una se vendieron 50 hojitas de afeitar Gillette en 1903; 90.844 en 1904; 276.577 en 1905. Desde sus comienzos la compañía Gillette ha pagado dividendos cuya suma total asciende a U$A 144.729.791,57.

     La maquinilla de afeitar Gillette fue la primera con hojas cambiables baratas, pero no la primera de «seguridad». Ya en 1880 los hermanos Kamfe, tres inmigrantes alemanes, habían lanzado una que se llamaba la Star y tenía forma de azada. La hoja era un segmento corto de la navaja de afeitar tradicional. En 1886 el doctor Oliver Wendell Holmes describía cuán agradable era para él servirse de la Star. «No es posible cortarse con ella», decía entre otras cosas, y la recomendaba a «cuantos viajan por tierra o mar así como a cuantos se quedan en casa». No tardó la Star en tener por competidores a la Gem y a la Yankee. Las tres marcas se vendían en todas partes; pero estas hojas requerían ser asentadas y afiladas por manos expertas. En consecuencia, apenas si hicieron mella en el negocio de barbería.

     Los fabricantes de máquinas de afeitar vieron que las hojas de Gillette respondían a los deseos del público: no hacía falta asentarlas ni afilarlas y eran fáciles de reemplazar. Las patentes daban a Gillette el monopolio de fabricar durante diecisiete años hojas flexibles de doble filo, pero cualquiera podía producir máquinas de afeitar con hojas rígidas de un solo filo. Para 1918 habían aparecido en el mercado nada menos que trescientos cuarenta competidoras diferentes con hojas cambiables de poco coste.
«Aféitese Vd. mismo con la Gillette». Uno de los primeros anuncios, en una revista.
     Los primeros anuncios insistían unánimemente en este tema: «aféitese usted mismo». Uno de ellos decía así: «Si el tiempo, el dinero, la energía y el talento  que se malgastan en las barberías se emplearan directamente en trabajar, el canal de Panamá podría excavarse en cuatro horas». 

     Más adelante se publicó una publicidad a toda página que representaba a Washington rechazando una navaja de afeitar para usar una Gillette; el texto rezaba: «Jorge Washington dio una era de libertad a su país; la Gillette da una era de libertad personal a todos los hombres. Los liberta del hábito esclavizante de ser afeitado por otro».

     En 1905 Gillette abrió oficinas en Londres y para 1906 estaba vendiendo en Francia, Alemania, Austria, Italia y Escandinavia. Con el tiempo la maquinilla de rasurar se convirtió en misionera de los negocios estadounidenses comparable solo en este respecto al juguete mecánico de los alemanes. El 15 de febrero de 1913 Marck Cross ofreció al público de Nueva York una máquina de afeitar al precio de 25 centavos y afirmó haber vendido 98.000 el primer día. En 1915 la Ever-Ready lanzó la campaña «Aféitese y ahorre» en cooperación con bancos de Filadelfia, Chicago, Detroit, Cleveland y otras seis grandes ciudades; todo el mundo podía comprar una maquinilla de afeitar Ever-Ready por un dólar y abrir con el recibo una cuenta de ahorro por un dólar.

     Pero a despecho de todos estos anuncios se necesitó una guerra mundial para conseguir la completa popularización de las maquinillas de afeitar. Cierto día de 1917 King Gillette llegó a la oficina con una de sus ideas de visionario: regalar una maquinilla Gillette a cada soldado, marinero e infante de marina de los Estados Unidos. Otros directores de la compañía, menos generosos, encontraron la idea excelente... con una pequeña modificación: vender la máquinas al gobierno y que éste hiciera el regalo. En consecuencia el gobierno compró 4.180.000 Gillettes y enormes cantidades de Gems y Ever-Ready. Este ensayo al por mayor hecho por millones de adolescentes que acababan de llegar a la edad de efeitarse creó en los Estados Unidos el hábito de la hoja desechable. Los caricaturistas que dibujaban a un hombre rasurándose le ponían invariablemente una maquinilla en la mano. Sinclair Lewis al comienzo de su famosa novela Babbitt presentó al protagonista rapándose «los rubicundos mofletes con una máquinilla de afeitar». Aquel año de 1920 los dividendos pagados por Gillette ascendieron a tres millones. La revolución había triunfado hasta el extremo de que los nuevos vagones Pullman tenían en los lavabos para hombres  una ranura para las hojas usadas.

     Había sin embargo una nube en el horizonte: el 15 de noviembre de 1921 las patentes de Gillette iban a expirar y desde aquella fecha en adelante todo el mundo quedaba en libertad de hacer las máquinas y las hojas. Los fabricantes se preparaban a inundar el mercado con imitaciones. Decenas de millares de máquinillas japonesas esperaban ya el ansiado momento depositadas en la aduana de Chicago. Pero seis meses antes del día final Gillette salió al encuentro de la amenazadora crisis creando nuevos modelos entre los cuales figuraba uno que se vendía por un dólar.

     El año siguiente a la expiración de las patentes la compañía ganó más dinero del que había ganado hasta entonces.

     Empezó a utilizar las máquinas como meros vehículos para la venta de hojas. Hizo combinaciones con toda clase de artículos. Wrigley adquirió un millón de “Gillettes” para repartirlas como premios entre los consumidores de su goma de mascar. Una nueva crema de afeitar distribuyó dos millones. Se emplearon para fomentar la venta de café, especias, cortaplumas y cuellos postizos. Un fabricante puso una “Gillette” en el bolsillo de todos los monos (overoles) que hacía. Las ventas de hojas se cuadruplicaron en cuatro años y las ganancias continuaron subiendo.

     Al través de los años Gillette ha vendido 246.000.000 de máquinas, cantidad que representa, según se calcula, la mitad de todas las vendidas del mundo. Las ventas de hojas Gillette han ascendido a 24.000.000.000.
Otra publicidad gráfica de Gillette.
     El retrato de King Gillette que aparece en la envoltura de las hojas ha sido impreso más veces que el ningún otro hombre de negocios. El bigote espeso, el cuello postizo de pajarita, el alfiler de corbata y el ondulado cabello obscuro partido por la mitad son conocidos en todo el mundo. En la década de 1920 Gillette, que hacía una de sus excursiones alrededor del mundo, montó un camello para ir a visitar las pirámides de Egipto. Los curiosos indígenas no tardaron en formar numeroso grupo y empezaron a señalar al visitante mientras hacían ademán de afeitarse con los dedos doblados imitando las máquinillas.

     Todavía siguen falsificándose hojas en algunas partes de Iberoamérica. Algunos mercachifles compran hojas usadas y las vuelven a empaquetar en envolturas falsificadas. Son muchos los nombres demasiado parecidos al de Gillette que surgen continuamente en diversos países: sirvan de ejemplo los de Ginette y Agillette en la América del Sur y los de Guillette y Billette en España. Bolivia ha tenido su Guillotin y el Brasil su Guilittex.

     ¿Qué se hizo del señor King Gillette? Por ahí en 1918 fue a establecerse en California donde se metió en vastos negocios de bienes raíces, inició el cultivo de enormes huertos de dátiles y escribió y publicó varios libros en los que abogaba porque el mundo entero fuese gobernado por una sola entidad. Antes de 1930 había vendido veinte mil de sus acciones por 1.650.000 dólares y después perdió su título de presidente de la compañía. Cuando murió, en 1932, sus bienes se habían reducido a cosa de un millón de dólares. Después la familia Gillette no tuvo parte en la empresa ni sacó provecho alguno de la idea que hoy sigue produciendo millones y que hace más de cien años fue objeto de burla y menosprecio (*).
«Selecciones» del Reader’s Digest, tomo XVI, núm. 92. [Condensado de Advertising & Selling].
(*) La empresa The Gillette Co. fue comprada en 2005 por la empresa Procter & Gamble, dedicada a la fabricación de productos de limpieza. La Gillette se vendió por la friolera de 57.000.000.000 de dólares.—Sherlock.

martes, 3 de noviembre de 2015

Valor del ejercicio para adelgazar


Valor del ejercicio 
para adelgazar

Por Blake Clark

    No debemos tratar de combatir la obesidad apelando casi por entero a la dieta. Olvidadas del ejercicio, millones de personas de nuestra época hacemos vida sedentaria, consumimos tan escasa cantidad de energía que nos es imposible comer conforme a nuestro apetito y mantener nuestro peso normal. Esto nos coloca en la disyuntiva de caer en la obesidad o de vivir con hambre.

   Experimentos llevados a cabo por el doctor Jean Mayer, del departamento de nutrición de la Escuela de salud pública de la Universidad de Harvard, han demostrado que combatir la obesidad solamente mediante la dieta equivale a pelear con una sola mano. El ejercicio es en este caso la otra mano, la que necesitamos para poner al adversario fuera de combate.

     El Consejo estadounidense de Investigación (National Research Council) recomienda raciones alimenticias de 2.400 calorías diarias para hombres de vida sedentaria, y de 6.000 o más calorías para jornaleros y atletas. La amplitud de esta norma prueba (según lo hace notar el doctor Mayer) cuán importante es el ejercicio para que nuestro peso no exceda de lo normal. 

     El experimento llevado a cabo por un excolaborador del doctor Mayer, el doctor George Mann, patentiza la verdad de este aserto. Cuatro estudiantes de la Universidad de Harvard se prestaron a consumir diariamente una ración doble de la necesaria y a hacer suficiente ejercicio para que esto no les ocasione aumento de peso. La ración normal de los cuatro estudiantes era de 3.000 calorías. El doctor Mann cuidó de que hiciesen cada día tres copiosas comidas; en los intervalos de unas a otras les hizo comer golosinas en cantidad que elevaba a 6.000 calorías la ración diaria. 

     La natación, las carreras a pie, el baloncesto y el ciclismo fueron el medio de mantener a los cuatro estudiantes dentro de su peso normal, que no aumentó ni en un gramo, pese a que comían el doble de lo acostumbrado. Por añadidura, tenían mejor color, resistían mejor el frío, se sentían más descansados y vigorosos. Sin contar con que dormían mejor y estudiaban con más facilidad y aprovechamiento. 

     Las personas que no son partidarias del ejercicio alegan que para perder medio kilogramo de peso hay que ejecutar verdaderas hazañas, como recorrer a pie sesenta kilómetros o pasarse siete horas partiendo leña. Sabiéndonos incapaces de esfuerzos tan agotadores, renunciamos a ejercicio como remedio o preventivo de la obesidad. Pero a esto observa el doctor Mayer que no es preciso recorrer los 60 kilómetros en una sola marcha forzada: un paseo diario de un kilómetro y medio nos quitará de encima medio kilogramo de peso en treinta y seis días.

     «El ejercicio es contraproducente aseguran los perezosos que todo lo fían a las dietas para adelgazar. Nos abre el apetito, comemos más de lo acostumbrado y volvemos a ganar inmediatamente los kilos que habíamos perdido».

     El doctor Mayer eligió para testigos de un experimento a doscientos trece sujetos cuyo oficio respectivo exigía variable grado de actividad material, desde las ocupaciones sedentarias hasta las que pedían esfuerzo excesivo. Los que trabajaban en máquinas de fácil manejo, los conductores de pequeños vehículos eléctricos y los capataces comían menos y pesaban menos que los inspectores, los empleados de escritorio y los dependientes de mostrador. Los encargados de recoger desperdicios y basuras, ocupación que les obligaba a levantar todo el día grandes cargas hasta la altura de la cabeza, comían casi el doble que los individuos de igual peso cuyo trabajo era menos duro. Por último, el grupo de hombres ocupados en labores muy rudas, como la de traspalar carbón el día entero, y aun fuera de horas, disminuía de peso aun cuando consumía gran cantidad de comida. En conclusión: de los doscientos trece hombres que objeto del experimento, los únicos en quienes se notaba propensión a engordar eran los del grupo menos activo corporalmente.

     Si usted vive en la ciudad, puede contrarrestar la obesidad mediante el ejercicio a pie. La grasa se va acumulando a razón de unas pocas calorías cada día. Un exceso de apenas 80 calorías diarias (las que produce una rebanada de pan) ocasiona en un individuo de 75 kilogramos, de vida sedentaria, un aumento de seis kilos en cinco años. Ochenta calorías es más o menos lo que consumiría al andar un kilómetro y medio, de suerte que para mantenerse dentro de su peso normal de 75 kilos le bastará andar quince minutos al ir por la mañana a la oficina y otros quince al regresar a casa por las tardes, en vez de tomar un vehículo. Media hora de natación consume de 150 a 300 calorías; pedalear en bicicleta consume hasta 300 calorías. Un sujeto de 70 kilos de peso, caminando una hora, consume 175 calorías.

     Dondequiera que habitemos nos será fácil practicar la calistenia o la gimnasia sueca, que sigue siendo en medio más apropiado para conservar la salud. Aunque enojosos para algunas personas, estos ejercicios gimnásticos compensan con creces el aburrimiento que llegaren a causarnos, tanto por lo eficaces que son para mantener el peso normal (consumen hasta 200 calorías en un cuarto de hora) cuanto por la flexibilidad que prestan a los miembros y la sensación de bienestar que producen al activar la circulación de la sangre. 
     «El cuerpo humano»; escrito por varios autores.

jueves, 1 de octubre de 2015

Caminar sobre brasas sin quemarse


El misterio nunca puesto en claro
de los que andan sobre el fuego

Por Noel Clarasó

    El texto está tomado de un trabajo del doctor Jacques Bergier sobre algunos de los curiosos misterios del fuego.

    El fenómeno de andar sobre el fuego, sobre carbones o piedras ardientes o sobre planchas de hierro al rojo vivo, es muy antiguo. Y lo único que se sabe con cierta exactitud de este fenómeno es que hay quien ha sido y es capaz de andar sobre fuego sin quemarse los pies.

    ¿Por qué? ¿Es que tienen un poder misterioso especial? ¿Es que hay trampa en el fuego? A lo último se puede contestar definitivamente que no.

    Una de las últimas observaciones se hizo en las islas Fidji por el doctor Harry B. Wright, y el mismo doctor la explicó en el número de marzo de 1950 de la revista «True Magazine».

    Veintiún bailarines anduvieron sobre leños encendidos y piedras ardientes, puestas entre los leños desde mucho rato antes. El Dr. Wright examinó después los pies de los bailarines. Las sandalias se le habían quemado. Una ligera capa de ceniza les cubría la planta de los pies. No tenían en la piel la más leve quemadura. El doctor les probó la sensibilidad acercándoles un pitillo encendido y pinchándoles con un alfiler. Les dolió en seguida. Sus pupilas estaban anormalmente dilatadas. El pulso muy alto. La experiencia se repite en la isla con cierta frecuencia y no siempre con éxito. Un año antes, uno de los que lo intentaron se quemó los dos pies y tuvieron que amputarle las dos piernas. Otras veces había andado sobre el fuego sin quemarse y aquella vez se quemó. ¿Por qué? Nadie lo sabía.

    Se ha dado una única explicación oficial de este fenómeno: que los bailarines se embadurnan los pies con una solución de ácido bórico y que esta solución, al volatilizarse, absorbe el calor. La explicación sería aceptable si no tuviera un fallo: que todos los que han intentado andar sobre el fuego con esta protección han sufrido horribles quemaduras.

    En 1962, en Buenos Aires, treinta miembros de una secta bautista esotérica (oculta, enigmática, misteriosa), anduvieron sobre carbones encendidos, ante un público de más de diez mil personas, entre las que había profesores de la facultad de medicina. Algunos, suponiendo que el fuego fuese ficticio, intentaron hacer la prueba; todos abandonaron en seguida con quemaduras.

    Julio Verne, en su libro «Miguel Strogoff», somete a esta prueba del fuego al protagonista, y le hace salir indemne gracias a haberse mojado antes las plantas de los pies. Se ha probado a andar sobre fuego con los pies únicamente mojados y se ha fracasado siempre. Es, pues, indudable que en el éxito de esta experiencia juegan factores internos. ¿Cuáles? Este es un misterio.

    Wilmon Menard, en «Mechanix Illustrated» cuenta este caso: 
    Un pisador de fuego andaba sobre piedras calentadas al rojo. De pronto, dos perros de los que asistían al misterio se lanzaron uno sobre el otro, peleándose. La atención del “pisador” se desvió hacia los perros y en seguida sintió dolor. Saltó fuera de las piedras y los médicos tuvieron que curarle los pies quemados. Indudablemente la única protección del “pisador de fuego” era su estado de concentración.

    Se tomó la temperatura de las piedras; estaban a 610 grados centígrados. El contacto de un cuerpo a esta temperatura produce quemadura en seguida, por corta que sea la duración.

    Tampoco este fenómeno se puede explicar por hipnotismo. El hipnotismo podría insensibilizar al sujeto, pero los pies se quemarían igual. Un estudio sobre este fenómeno publicado en el «British Medical Journal» (11 de enero de 1936)  llegaba a la conclusión de que sólo se puede tratar de una fuerza natural desconocida, de un extraño poder que algunos hombres y mujeres tienen y otros no. ¿De qué depende? Nadie ha sido capaz de averiguarlo todavía.

martes, 10 de febrero de 2015

Quinto aniversario de Conocimientos útiles y curiosos


Quinto aniversario de 
«Conocimientos útiles y curiosos»

     Hoy, 10 de febrero de 2015, se cumple el quinto aniversario de esta bitácora. El primer artículo que se publicó fue «No se preocupe Vd. por el sueño», escrito por el doctor George L. Walton. De esa forma se empezó a publicar en línea artículos transcritos de libros y revistas de seriedad y calidad irrefutables. 

     La imagen siguiente muestra la totalidad de visitas de los artículos más leídos por los cibernautas, de febrero de 2010  a febrero de 2015:

     Y en la siguiente vemos el porcentaje de países de usuarios que han visitado la bitácora, medidos según Flag Counter:

     El administrador de la bitácora está satisfecho con los resultados, y seguirá publicando artículos interesantes que sean útiles, curiosos y raros, continuando con la reivindicación de la palabra correctamente escrita y con contenido de interés permanente.Sherlock.

miércoles, 28 de enero de 2015

El legendario Juan Domingo Perón

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     Por primera vez en internet se publica un artículo bastante objetivo e imparcial sobre el militar y político argentino Juan Domingo Perón. Asimismo, se añaden al final del mismo unas notas aclaratorias y complementarias de la información.


El legendario 
Juan Domingo Perón

Por David E. Reed (1)
  
     Procedía de los más remotos confines de la Argentina: de la desolada frontera de la Patagonia, en el extremo meridional de América del Sur, tierra de grandes haciendas y cruel soledad. De muchacho aprendió a montar, a cazar y a tirar al blanco. Sus mentores fueron los gauchos, que le inculcaron las prendas morales fronterizas: confianza en sí mismo, reciedumbre y tenacidad. De aquel origen surgió quien, con el correr de los años, llegaría a ser la personalidad sudamericana más famosa del siglo XX.

Perón durante su primera presidencia.
     Juan Domingo Perón, tres veces presidente de la República Argentina, tenía la estampa con que sueña el agente de publicidad: 1,80 m. de estatura, noventa kilogramos de peso, deslumbrante apostura y una amplia sonrisa que prodigaba casi constantemente. Enfundado en su uniforme de general, electrizaba a las multitudes con los vibrantes y apasionados discursos que les dirigía desde el balcón de la Casa Rosada, la sede presidencial en el centro de Buenos Aires. A menudo desfilaba montado en brioso corcel por las principales avenidas de la capital. Durante su ascenso de relámpago y la mayor parte de su vida política tuvo a su lado una joven y bella esposa: primero a la ardiente Evita y, tras la muerte de ésta, a Isabelita, que estaba destinada a convertirse en la primera Presidenta del hemisferio occidental.

     La extraordinaria carrera política de Perón, que duró tres decenios, suscitó devociones profundas y amargos odios. Dos generaciones de trabajadores argentinos llegaron a ver en él a un mesías, de laya más o menos socialista, que elevó su condición y les dio conciencia de su dignidad. Muchos otros argentinos lo denunciaron como fascista, dictador y oportunista agitador de masas. ¿Quiénes estaban en lo cierto? En diferentes momentos de su vida, quizá unos y otros.

     Perón nació el 8 de octubre de 1895 en Lobos, localidad ubicada a unos cien kilómetros de la ciudad de Buenos Aires. Su padre, dueño de una hacienda, descendía de italianos, escoceses y vascos franceses; por la línea materna sus antepasados eras españoles e indígenas. Cuando el niño tenía cinco años de edad, su familia se fue a vivir a la Patagonia, casi dos mil kilómetros al sur.

     Juan Domingo y su hermano mayor aprendieron las primeras letras en casa, con un preceptor. A los nueve años de edad lo enviaron a una escuela de Buenos Aires. «No fui ni muy estudioso ni muy aplicado» recordaba Perón en su vejez. A los quince años ingresó en el Colegio Militar de la Nación, donde a falta de distinciones académicas logró sobresalir en los deportes. Tras graduarse de subteniente a los dieciocho años de edad, en 1913, fue durante muchos años campeón de esgrima del Ejército; también se distinguió como jugador en el equipo de polo, como esquiador y tirador de pistola.

     Durante un cuarto de siglo ascendió peldaño a peldaño en la jerarquía militar. En 1939, después de la muerte de su primera esposa, Aurelia Tizón, lo enviaron a Italia a estudiar táctica de montaña. El teniente coronel Perón conoció allí a Benito Mussolini, a quien posteriormente calificaría de «el hombre más grande del siglo», y se interesó en la faramalla socialista que predicaba a la clase obrera el fascismo italiano. De regreso en la Argentina, en 1941, se afilió a una sociedad secreta de oficiales ultranacionalistas y simpatizantes de Hitler y Mussolini. En 1943 esos militares derrocaron fácilmente al impopular gobierno civil derechista (2).

     Cuando repartieron los cargos entre los vencedores, Perón pidió y obtuvo el puesto de presidente del Departamento Nacional de Trabajadores. Era aquella una entidad gubernamental casi moribunda, pues entonces la nación había sido gobernada según los intereses de su oligarquía de terratenientes. Los trabajadores percibían salarios apenas suficientes para subsistir, y vivían en la mayor pobreza en los cinturones de miseria de Buenos Aires y otras ciudades. En cuanto Perón asumió su nuevo cargo, llamó uno a uno a los líderes sindicales y les preguntó qué querían para sus agremiados. Tras exponerle los dirigentes sus agravios en forma tímida, Juan Domingo Perón instó al Presidente de la República, general Edelmiro J. Farrel, a decretar mejoras. Y se apartó aun más de la tradición; se ganó la simpatía de los trabajadores al sentarse en ellos en tabernas, donde bebía vino barato y hablaba en la jerga peculiar de los obreros. «No se podía menos que apreciarle recuerda uno de sus adversarios. Hacía creer cualquier cosa a quienes le oían, aunque uno supiera que estaba equivocado».

     Llovieron beneficios para los trabajadores: salarios más altos, un amplio programa de seguridad social, viviendas baratas, jornada laboral de ocho horas... Y ellos pagaron a Perón con una lealtad a toda prueba que constituiría su baluarte político durante treinta años.

     En enero de 1944 conoció a una actriz de la radio de veinticuatro años de edad: María Eva Duarte. “Evita”, como ella misma insistía en que todos le llamaran, nació en el seno de una familia pobre, en una aldea de la pampa. A los quince años huyó a Buenos Aires a buscar fortuna en el mundo del espectáculo. Alta y rubia, estaba dotada de elegante presencia e intelecto ágil. Evita era tan ambiciosa, impetuosa y segura de sí misma como Perón y (según dicen) mucho más dura y vengativa. Hay amigos suyos que recuerdan haberle oído decir: «Algún día seré alguien».

Junto a Eva Perón, en 1946.
     Perón le dio una oficina en la Secretaría de Trabajo y Previsión. Si éste era ya actor nato, con la tutela de Evita aprendió a dramatizar aun más: llevaba uniforme blanco entre sus colegas oficiales vestidos de color caqui; se hacía fotografiar (inmaculadamente ataviado y sonriente) colocando ladrillos y cavando zanjas. Cuando empezó a correr el rumor de que había un idilio entre él y la joven actriz, Perón contraatacó airosamente: «Mis enemigos me acusan de enredarme con faldas. ¿Qué esperan que haga? ¿Que me enrede con hombres?»

     El poder del coronel iba en aumento. Sin dejar la Secretaría de Trabajo y Previsión, fue nombrado ministro de Guerra, y luego vicepresidente de la República. Orador de altos vuelos, era capaz de hacer que las muchedumbres rieran, lloraran o se enfurecieran. Luego sobrevino el desastre: algunos colegas oficiales, celosos y alarmados ante su creciente popularidad, le obligaron a dimitir de sus tres cargos el 9 de octubre de 1945, al día siguiente de haber cumplido la edad de cincuenta años. Arrestaron a Perón y lo confinaron en una isla del río de la Plata.

     Instados por él desde su encierro, los dirigentes laborales organizaron una huelga general para el 17 de octubre. Evita recorrió incansablemente los distritos fabriles, instigando a los obreros a que hicieran ese día una manifestación de masas ante la Casa Rosada. Miles de trabajadores se volcaron por las calles de la ciudad hasta que la plaza de Mayo se atestó de manifestantes que coreaban: «¡Perón! ¡Perón! ¡Viva Perón!» Los militares capitularon. Perón fue llevado en triunfo a la Casa Rosada y apareció en un balcón (la primera de sus múltiples apariciones en los casi treinta años siguientes). Y, con una sonrisa extendida de oreja a oreja, conjuró la explosiva confrontación que él mismo había suscitado.

     Como hacía calor aquella noche, muchos hombres de la multitud se quitaron la camisa. Al día siguiente un diario llamó desdeñosamente a los manifestantes “los descamisados”. Perón y sus partidarios se apropiaron aquella expresión y la convirtieron en símbolo de su floreciente movimiento.

     Cinco días después de la manifestación, Juan Perón y Evita se casaron. El coronel se presentó abiertamente como candidato a las elecciones presidenciales de 1946 y salió victorioso por una mayoría del 56 por ciento de votos. Mientras las clases altas se horrorizaban, el nuevo Presidente, con Evita a su lado, encabezó el desfile obrero del primero de mayo. Pero en una maniobra que le ganó el aplauso de todas las clases sociales, tomó medidas para acabar con la dominación económica extranjera: adquirió para la nación el sistema ferroviario, que había sido de los ingleses (3), y la compañía telefónica, hasta entonces en manos del capital estadounidense (4). Además obtuvo el derecho de voto para la mujer. Al acelerar el ingreso de la Argentina a la era industrial, trató de poner fin a la desequilibrante dependencia nacional de las exportaciones de productos agrícolas y lanzó magnos programas que dieron a la República escuelas, hospitales y represas.

     Aunque llegó a la presidencia por elección popular, había en Perón una vena dictatorial. Hizo que su incondicional Congreso que promulgara una ley que convertía en delito “faltar al respeto” a los funcionarios del gobierno, y llegó a encarcelar a millares de personas (5). Ordenó purgas políticas en los tribunales, en las universidades y en la burocracia, y hostilizó a algunos periódicos independientes (6). Al oponérsele no solo la vieja aristocracia, sino también muchos profesionales de clase media y jóvenes intelectuales, la Argentina se polarizó como nunca. 

     También provocó severas críticas en el extranjero por el gran número de fugitivos nazis a quienes dio refugio seguro en el país cuando acabó la segunda guerra mundial (7).

     Al anunciar en 1951 que presentaría su candidatura para la reelección, Perón propuso que se nombrara a Evita candidata a la vicepresidencia. En este último punto las Fuerzas Armadas se le opusieron tan vigorosamente que juzgó más sensato desistir. Él, sin embargo, con el voto de las mujeres recién emancipadas, obtuvo una victoria aplastante.


Juan Perón y Eva Perón en campaña presidencial de 1946 en Mendoza (Arg.). La 2.ª  mitad del vídeo es de 1947 en la misma provincia.
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     Pero tal triunfo se vio empañado por el duelo. Evita, entonces de treinta y tres años de edad, presentó un cáncer incurable y murió una cuantas semanas después de la toma de posesión de su marido, en 1952. A partir de entonces declinó la estrella o suerte de Perón. Al asumir la presidencia en 1946, la Argentina era un país rico, con una fantástica reserva monetaria equivalente a 1.700 millones de dólares en oro y divisas. Seis años después esa riqueza ya casi se había esfumado. Los programas de previsión social habían impuesto una pesada carga a los recursos nacionales. La industria y la agricultura estaban estancadas. La inflación era incontenible (8). 

     Los disidentes culparon de todo ello al dispendio y a la mala administración de Perón, y en septiembre de 1955 las Fuerzas Armadas se apoderaron del gobierno. Perón huyó al Paraguay. Parecía que “el líder” estaba acabado. De casi sesenta años, en desgracia, degradado de su rango militar, borraron su nombre de los libros de historia, y los diarios, al referirse a él, sólo le llamaban “el tirano depuesto”.

     Perón acabó fijando su residencia en Madrid, donde compró una suntuosa mansión. ¿Con qué dinero? Según sus detractores, con una pequeña parte de las grandes sumas que extrajo de las arcas de la Argentina; según él, con fondos aportados por sus leales.

     El general se casó por tercera vez en 1961, a la edad de sesenta y seis años. La novia, María Estela Martínez, o “Isabelita”, acababa de cumplir treinta. Hija de un funcionario bancario bonaerense, había dejado los estudios al terminar la primera enseñanza, y después ingresó en un grupo de danza. Conoció a Perón en 1956, en Panamá, y desde entonces le acompañó en sus continuos viajes. Isabelita era mujer de tranquila dignidad y encanto sereno. Ambos daban largas caminatas por las calles de Madrid; él le enseñó esgrima, y todas las tardes se ejercitaban media hora con el florete.

     Durante los diecisiete años que Perón pasó en el exilio, la Argentina resultó ser virtualmente ingobernable. Los peronistas, y sobre todo la poderosa Confederación General del Trabajo, con dos millones y medio de afiliados, no olvidaban a su líder y se negaron a colaborar con ocho gobiernos sucesivos tras la caída de aquel (9). Sin embargo, las Fuerzas Armadas se oponían insistentemente a su retorno. Perón declaró varias veces: «Podría yo volver apoyado en los cadáveres de un millón de argentinos; pero no quiero eso».

     Por fin, en 1972, hasta entonces el último de los gobiernos militares de Argentina, reconoció no poder gobernar eficazmente y se convocó a elecciones presidenciales. Se permitió a Perón, a la edad de setenta y siete años, regresar triunfalmente a su país (hazaña política insólita, si no única, de un hombre fuerte ya depuesto).

     No había deseado ser presidente otra vez. Estaba viejo. Tenía una enfermedad cardíaca. Prefería desempeñar el papel de Eminencia Gris. Héctor J. Cámpora, político sin gran lustre que se decía a sí mismo “el obsequioso servidor” de Perón, fue nombrado candidato del partido Justicialista y ganó las elecciones por un amplio margen. 

     Sin embargo, Perón no se pudo permitir el lujo de convertirse en un viejo estadista consejero. Cámpora cayó bajo la fuerte influencia de los izquierdistas. Para aplacar la creciente tensión, Perón regresó a Buenos Aires en junio de 1973. En julio dimitió Cámpora. Contra el consejo de sus médicos, el general decidió presentar su candidatura a la presidencia. Algunos argentinos refunfuñaron por su elección de Isabelita como candidata a la vicepresidencia, pero esta vez Perón se salió con la suya. La candidatura “Perón-Perón” obtuvo un triunfo arrollador: el 62 por ciento de los votos.

     Cuando el anciano líder tomó posesión de su cargo, el 12 de octubre, la plaza de Mayo volvió a atestarse; pero en esta ocasión estaban presentes muchos de sus antiguos enemigos: negociantes, terratenientes, burgueses, militares que consideraban a Perón como la mejor esperanza de unificar a un país con graves conflictos. Y esta vez también vieron a un nuevo Perón. En aquella y las siguientes apariciones, el hombre que había polarizado a la Argentina instó a la reconciliación nacional, al diálogo, a la avenencia entre los diversos partidos políticos. «Los días de gritar ¡Perón! ¡Perón! han pasado ya dijo a sus descamisados. Denunció al terrorismo y, con su carismática presencia, moderó a muchos de los jóvenes izquierdistas que se habían sentido atraídos por él, considerándole una figura opuesta al poder establecido (10). El general redujo radicalmente la inflación y elevó las exportaciones a un nivel sin precedente. Vivió sólo ocho meses y medio después de ocupar la presidencia por tercera vez. No obstante, como reconocieron muchos críticos de antes, en ese lapso se elevó a la grandeza. 

     Perón apareció en público por última vez el 12 de junio de 1974, en el balcón de la Casa Rosada. Unos cuantos días después cayó en cama y tuvo que quedar confinado en la residencia presidencial de Olivos, ubicada en un suburbio de Buenos Aires. El 29 de ese mismo mes Isabelita asumió el cargo de Presidenta interina, y el primero de julio, a la 1,15 de la tarde, murió el general Juan Domingo Perón.

     El féretro, envuelto en la bandera azul y blanca de la República Argentina, desfiló lentamente por las calles de la capital en un armón de artillería arrastrado por un jeep. El cuerpo estuvo solemnemente expuesto dos días en el recinto del Congreso, donde también había estado el de Evita veintidós años antes. La gente se formó en columnas de ocho en fondo y varios kilómetros de longitud para mirarlo por última vez. Muchos esperaron veinticuatro horas o más bajo la lluvia. A veces la multitud entonaba la vieja marcha Los muchachos peronistas, aunque la mayor parte del tiempo guardaba respetuoso silencio.

     Ricardo Balbín, de setenta años de edad, dirigente de la Unión Cívica Radical, que había contendido con Perón en las elecciones de 1951 y 1973, representó a los políticos argentinos al pronunciar el discurso fúnebre en la mañana del 4 de julio. Dijo: «Este viejo adversario despide a un amigo». El cadáver de Perón fue conducido después a Olivos, donde sería colocado en una modesta capilla. Cientos de miles de personas formaron valla en la mojada ruta. Al paso del féretro los espectadores lloraban, arrojaban flores, agitaban pañuelos. «¡Adiós, mi general! gritaban. ¡Chao, viejo!». Fue una abrumadora expresión de duelo nacional de un hombre que, sin duda alguna, ha sido único.
     «Selecciones» del Reader´s Digest, tomo X, núm. 54.
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Notas de Sherlock: (1) El autor de este artículo, David E. Reed (1927 - 1990) fue un periodista estadounidense. Trabajó de redactor viajero para el Reader's Digest.   Escribió artículos acerca de más de una docena de guerras, entre las cuales están la guerra de Corea, de Vietnam, de Angola, Nicaragua, etc. También escribió artículos acerca de otros conflictos en otros países
 El      (2) El periodista se refiere al gobierno democrático del presidente Ramón S. Castillo. El general Perón fue uno de los los responsables de ese golpe de Estado y uno de los que intervino en el mismo. 
(3)       (3) Aquí el periodista se equivoca en varias cosas: primero, no todos estaban de acuerdo (ni lo están) con la estatización de las empresas privadas. Segundo, los ferrocarriles en Argentina cuando estaban manejados por los británicos funcionaban de manera óptima y el servicio era excelente. Después, al pasar a ser manejados por el Estado, el servicio se hizo malo, tanto en atención a los pasajeros como en la parte técnica. El tercer punto equivocado, es afirmar que Perón logró, como si fuera una hazaña, estatizarlos. En realidad, a los británicos se les terminaba el contrato de los ferrocarriles en 1947, con lo cual, el traspaso de los mismos a manos del Estado fue una consecuencia natural e inevitable y no una hazaña de Perón. 
4)      (4) Este punto es igual al anterior: la empresa telefónica manejada por los estadounidenses fue excelente. Al pasar a manos del Estado argentino, en aquel entonces muy corrupto (igual que años después), hizo que el servicio al consumidor se hiciera bastante deficiente. Como ejemplo, basta citar el hecho que un ciudadano que pedía la instalación de un teléfono en su casa, la mayoría de las veces la compañía del Estado tardaba de diez a veinte años en instalar la línea y el teléfono. Esto no sucedía cuando la compañía telefónica era de capital privado, y tampoco sucede hoy estando otra vez en manos de capital privado. 
(5)       (5) Entre las personas honestas más famosas que fueron encarceladas, estuvo el diputado Ricardo Balbín (fue privado de su libertad repetidas veces) y la madre del gran escritor Jorge Luis Borges, sólo por manifestar no estar de acuerdo con el gobierno. En este último caso, muchos célebres escritores de todo el mundo pidieron a Perón que libertara a la madre del literato. El gobierno al fin accedió por la repetidas quejas de los hombres de letras. Además, los actores que no estaban de acuerdo con el gobierno o afiliados al partido, eran incluidos en una lista negra y luego les era imposible conseguir trabajo. Casos famosos fueron: el exilio del actor Francisco Petrone, por estar afiliado al partido comunista. Las actrices Libertad Lamarque y Niní Marshal fueron prohibidas. La primera tuvo que emigrar a Méjico porque nadie la contrataba, por una discusión que tuvo con Eva Perón, cuando ésta hizo un papel menor en una película y pretendió que le dieran el papel principal. Éstos fueron los casos más sonados; pero hubo muchos más actores y cantantes que fueron víctimas de la misma injusticia. 
        (6) Además de hostilizar a varios periódicos, Perón logró prohibir y cancelar el diario “La Prensa”, de Buenos Aires. También conviene saber que todas las estaciones de radio estaban vigiladas por el gobierno. Cualquier radio que criticara al gobierno era cerrada. 
      (7) Entre los nazis más famosos a los que Perón dio asilo, están Adolf Eichmann y Josef Mengele. 
         (8) La inflación empezó a aumentar mucho a partir de 1950. Entre 1950 y 1955 el promedio de inflación fue de alrededor del 80 % anual. Es decir, una hiperinflación. El gobierno no fue capaz de reducirla. 
     (9) La C. G. T. de la Argentina fue, y sigue siendo actualmente, un enorme foco de corrupción por enriquecimiento ilícito. Casi todos sus jefes se hicieron multimillonarios desde que ascendieron dentro de la organización. Nunca fue juzgado ningún sindicalista corrupto.
     (10) Esos izquierdistas era el grupo llamado “los montoneros”, un grupo terrorista de ideología comunista que Perón incluyó demasiado generosamente para sumar sus votos en las elecciones de la fórmula “Perón-Perón”. Poco después, ese grupo terrorista asesinó al sindicalista José Ignacio Rucci, que era amigo de Perón. Por ese hecho lamentable, en una de las apariciones de Perón en el balcón de la Casa Rosada, se enfadó con los montoneros, llamándoles “imberbes” y “estúpidos”, y les ordenó  que se marcharan de la plaza de Mayo. Perón al fin se dio cuenta de que había sido demasiado generoso con ellos, al permitirles unirse al partido Justicialista. Los miles de asesinatos cometidos más tarde por los montoneros y por los miembros del E. R. P. (Ejército revolucionario del pueblo; otro grupo terrorista de ideología marxista) contra hombres, mujeres y niños inocentes (la gran mayoría de ellos no participaba de una lucha armada), jamás fueron juzgados; dichos crímenes están todos impunes.  La mayor parte de esos asesinatos fueron perpetrados después de la muerte de Perón. La feroz matanza contra ciudadanos civiles de estos grupos guerrilleros fue reprimida eficazmente por las Fuerzas Armadas, desde el tercer gobierno democrático de Perón, luego el de Isabel Perón, y después, muy especialmente, desde el gobierno militar de facto que gobernó desde 1976 hasta 1983. Este gobierno militar aplastó de manera feroz la actividad de los montoneros y del grupo E. R. P., abatiendo a miles de guerrilleros y abortando un golpe de Estado marxista, que ya estaba planeado y a punto de perpetrarse, con ayuda financiera y estratégica de la Unión Soviética y Cuba.

viernes, 2 de enero de 2015

Cómo limpiar la plata II.

Palabras clave: limpieza de la plata microbicidina cómo limpiar la plata desoxidación de la plata platería 

Cómo limpiar la plata II
Fórmula y procedimiento superior

     Ya habíamos tratado este tema; pero he aquí que, aunque muy parecido al anterior, la fórmula y procedimiento que siguen son mejores que el que habíamos tratado, y está además mejor explicado.


     Colóquese en un perol medio litro de agua, agréguese dos cucharadas de sal común (cloruro de sodio) y una vez que hierva, viértase en una escudilla o tazón forrado interiormente de hoja de aluminio. Acto seguido échese dentro del líquido una cucharada de bicarbonato sódico. Remuévase el líquido con la cuchara y métanse las piezas de plata ennegrecidas. Déjense en el baño por lo menos durante quince minutos. Después séquense con un paño de algodón. Éste es el mejor procedimiento conocido para desoxidar las piezas de plata.